viernes, 21 de diciembre de 2012

Estoy en contra de...

Hoy, día del Apocalipsis maya, es un buen momento para no dejar que el fin del mundo se quede en anécdota y empezar a cambiar cosas para que, desde ya, el mundo que dejamos ayer sea totalmente diferente al de mañana. Preferiblemente a mejor, claro. Por eso, he hecho mi lista, actualizable con el tiempo, con las cosas sobre las que estoy en contra, y por tanto, una vez identificadas, proceder a evitar, actuar y modificar en mi entorno. Aquí va:


La palabra incondicional. Ningún amor debería ser tan incondicional como permitir una falta de respeto, un abuso, un engaño, una sumisión. Ninguna amistad debería ser tan incondicional como para no poder decir "no, estás equivocado", cuando tu amigo lo hace mal.

Las colillas. Están en la calle, en la arena de la playa, en los bares... Son pequeñas, están chupadas y carcomidas y suponen un peligro en los bosques y en los mares. ¡A ver si usamos las papeleras, coño!

Decir que SÍ cuando se quiere decir NO. Por presión social. Por cobardía. Por indecisión. Por lo que sea. Que no te engañen. Ir en contra de lo que tu crees es morir un poquito por dentro.

Que te pidan hablar más bajo. ¿Por qué? Si yo HABLO ASÍ. Igual que camino así, me río así y lloro así. ¿Por qué voy a expresarme como tú quieres y no como soy yo? ¿POR QUÉ?

Que alguien que no conozco me pida amistad en Facebook. En serio, no.

Los amores imposibles. Son dos palabras que nunca pueden ir unidas. El amor es bonito, es sincero y es real. Si es imposible es porque alguna de las anteriores premisas no se está cumpliendo.

Decir "muchísimo" después de "te quiero". A pesar del superlativo, se nota que quieres menos.

De fingir lo que no eres, cuando es mucho más fácil ser de verdad aquello que finges.


Y tú... ¿estás en contra de algo? ¡Desahógate!

domingo, 16 de diciembre de 2012

XXX Carrera del Pavo

Empecé a correr hace un año. Unos compañeros de empresa me convencieron para inscribirme en una competición de 6 km y lo hice sin pensármelo mucho. Desde entonces acumulo ya muchos kilómetros en las piernas, tanto de entrenamientos como de carreras populares (una de 6, tres de 10, una de 15 y una media maratón). Eso no quiere decir que se me dé bien, suelo mantenerme en los 5 minutos el kilómetro y mi mejor registro en 10k fueron 51:08. Además, yo soy el típico corredor sufridor, que no para de sudar y vive cada repecho como el último de su vida. Y, por supuesto, salir a correr cuesta, por eso, a mí personalmente me ayuda mucho participar carreras para fijarme objetivos a medio plazo. Pero me engancha el buen ambiente que se vive en este tipo de eventos. Ves a jóvenes, adultos y ancianos; mujeres y hombres; profesionales y amateurs apretujándose en la salida con la mente puesta en llegar al final, sea la distancia que sea. Algunos se disfrazan, otros van con los carritos de sus bebés dispuestos a compartir la experiencia con sus hijos, otros son arropados por toda su familia, que no paran de animar hasta la meta... Y lo mejor es que hay carreras para todos, no es necesario hacerse una maratón para pasarlo bien y sentirte bien contigo mismo junto a miles de personas más.

Esta mañana he participado en una de esas pruebas pequeñitas, de 4,5 kilómetros, que, no por serlo, son menos gratificantes. Una carrera gratuita (muy de agradecer en estos tiempos) que lleva haciéndose 30 años en Benalmádena y que congregó a más de 3200 personas en el Polideportivo de Arroyo de la Miel. Se trata de la Carrera del Pavo, y os prometo que nunca me he reído tanto en una salida como hoy.



La carrera reunió a muchas familias con niños pequeños que, nada más se dio la salida, arrancaron como locos para demostrar de lo que son capaces. Bueno, ellos y los adultos. A todos nos dio muchísima energía la actitud de los niños y salimos a darlo todo. Además, los primeros metros eran bajada, y estoy seguro que si algún vecino no sabía que había carrera, al ver a más de dos mil personas bajando como locos por el pueblo ha tenido que pensar que huían del mismísimo Godzilla.

Tengo que reconocer que la actitud de los niños fue increíble. Seguía avanzando kilómetros y seguía viendo a más y más que no sólo se mantenían en carrera sino que corrían más que nosotros. Chavales que no llegarían a los 8 años y que eran auténticos máquinas. Una motivación extra para llegar a la meta a pesar de que la salida al sprint hizo mella en la recta final.



Han sido los cinco kilómetros más rápidos de mi vida, los recorrí en 18 minutos y estoy muy orgulloso. Cualquiera que terminara la prueba, sea con el tiempo que sea, tiene que estarlo. Porque en la vida sólo el que se atreve a salir de su círculo de comodidad y dar el primer paso puede llegar a conseguir lo que sea. Y hoy, más de dos mil personas lo demostramos.

Por cierto... ¿quién se llevó el pavo al final?


domingo, 9 de diciembre de 2012

Literatura urbana

Me gusta el centro histórico de Málaga. No por sus variadas posibilidades de ocio nocturno, que ciertamente empobrecen bastante la visión a ciertas horas de la noche, sino porque en ese espacio tan reducido confluyen desde vestigios romanos, joyas renancentistas, restos árabes, lugares sagrados del cante jondo, edificios modernistas y en general calles con mucho encanto.  

Perderse por el centro de Málaga, por tanto, es una oportunidad de perderse entre balcones decimonónicos y patios flamencos, y sentirse tan romano, tan nazarí o tan burgués como todos aquellos que pusieron su piedra para que Málaga sea lo que es hoy en día.

Y precisamente perdiéndose por el enjambre de calles imposibles, descubrí una serie de frases tan inmortales como la ciudad que tatuaban las paredes de algunos edificios. ¿Con qué fin? No lo sé. ¿Quién las puso allí? Un misterio. Pero entre ellas, y las que aún pueda descubrir, conforman una ruta para conectar con el destino inmortal que a todos nos aguarda en esta ciudad.

La primera que descubrí fue en la calle Arco de la Cabeza, y con un gran [sic] revela una gran verdad con la que me siento muy identificado. Es del poeta griego Constantino Petrou Cavafis.



La segunda, en la calle Pozos Dulces, una frase atribuída a un poeta romano, Quinto Horacio Flaco (65 a.C. - 8 a.C.), que me recuerda el estado de ánimo con el que tengo que afrontar mi nueva vida aquí.



La tercera frase, también en Pozos Dulces, es de Rafael Alberti y, sin duda, no debemos olvidarla nunca.


martes, 4 de diciembre de 2012

El Caminito del Rey

Muchas veces, solemos caer en el pensamiento de que lo extraordinario pasa en lugares lejanos, gracias a personas excepcionales que, gracias a su resolución, trajeron el progreso al mundo. Los egipcios y sus pirámides perfectas; los chinos y su Gran Muralla, o, recientemente Red Bull y su salto desde la estratosfera. O los rascacielos. Me encanta esa famosa foto de obreros sentados en una viga, impasibles al vertigo, en plena construcción del Rockefeller Center de Nueva York en los años 30. Obreros sin casco, sin protección y sin miedo, padres de familia, inmigrantes que estaban construyendo uno de los edificios más admirados del mundo arriesgando literalmente su vida. Viendo la fotografía de Charlie Clyde Ebbets, siento admiración e incredulidad y me viene a la cabeza la extraña idea de que, aunque el mundo se ha vuelto más seguro, no parece que sea menos complicado.


Y precisamente tuve esa misma sensación cuando contemplé por primera vez el Caminito el Rey, un tesoro malagueño resguardado en el desfiladero de los Gaitanes, cerca de un pequeño pueblo llamado El Chorro donde escaladores y hippies disfrutan a sus anchas del placido paso del río Guadalhorce entre gigantes rocosos de pared casi vertical que emergen como colmillos del agua.



Y en medio de aquel tajo de la naturaleza, un paso peatonal de madera de un metro de ancho cuelga de la montaña, serpenteando entre sus concavidades, a cien metros del suelo. El Caminito del Rey.


No exagero ni un ápice si digo que se te hace un nudo en la garganta viendo semejante obra que, sin protecciones de ningún tipo, servía de recorrido a los obreros que trabajaron, de 1901 a 1905, en la modernización de dos saltos de agua. Se dice que, en 1921, el Rey Alfonso XIII recorrió ese camino para inaugurar la presa del Conde del Guadalhorce, y desde entonces se llama Caminito del Rey.


Claro que ya de real no tiene nada. Años y años a la intemperie lo han convertido en una verdadera trampa mortal que hoy sigue atrayendo a muchos turistas, hasta tal punto que la Junta de Andalucía tuvo que prohibir su acceso. Y aún así muchos atraviesan todavía las vías del tren, que se introduce en las tripas del desfiladero, para acceder al camino. Y yo me sigo imaginando a aquellos que lo recorrían diariamente a principios del siglo XX con menos cuidado pero sin tanta emoción. Gente extraordinaria que, ciertamente, no estaban tan lejos.


domingo, 2 de diciembre de 2012

Subida al Calamorro

Me encanta patearme la montaña. No en plan profesional, simplemente seguir un sendero y perderme por la naturaleza. Y es curioso porque, a pesar de lo idílico que suena, el trekking no consiste tanto en admirar paisajes increíbles, que también, sino de disfrutar de la sensación de avanzar, avanzar y avanzar por unos lugares que, por lo general, no admiten marcha atrás o renunciar. Cuando empiezas, tienes que llegar a tu destino sí o sí o nadie va a ir a recogerte en un helicóptero. Y por muy difícil que sea la subida, por muy cargadas tengas las piernas, por mucho frío o calor que haga, llegar siempre tiene recompensa.

Me encanta esa sensación de conseguir un objetivo, de llegar a un sitio que sólo los que tienen la fortaleza mental de iniciar el camino pueden llegar a ver. Y de esta forma, aún el lugar más desprovisto de épica puede ser especial para ti.

Y eso es un poco lo que me pasó en la senda Arroyo de los Muertos (R-1, Benalmádena), que asciende 780 metros hacia la cumbre del Calamorro, uno de los montes con mejores vistas de la Sierra de Mijas. Se inicia el camino por una carretera que sale cerca del cementerio de Benalmádena, con una subida bastante dura hasta que, a la izquierda, se abre una senda estrecha atravesando ya el monte. Una senda, por cierto, llena de rampas de piedras hechas por aficionados al mountain bike, así que cuidado porque bajan a toda velocidad.

A mitad de camino, una de las pocas indicaciones que hay en todo el camino nos indica que, siguiendo hacia arriba, seguiréis por la R-1 y, por tanto, hacia la cima, mientras que hacia la izquierda os desviaréis por una ruta de enlace hacia la R-2. A pesar de las protestas de nuestra piernas, seguimos subiendo y poco después llegamos al Puerto de las Ovejas, a 620 metros ya, desde donde se pueden ver vistas como esta de la Sierra.


Desde el Puerto de las Ovejas a la cima del Calamorro ya no hay excusas. El camino se suaviza y empiezan los miradores hacia la costa, aunque ya en la cima hay dos perfectamente señalizados. Desde el mirador sur hay una extraordinaria visión de Benalmádena y Torremolinos, a la izquierda y Fuengirola a la derecha. Y desde el mirador de las águilas se puede ver, además Alhaurín. Todo alrededor de un telesférico que sube y baja desde la cima hasta el parque de atracciones Tívoli.






Una ruta para todos que se hace en un par de horitas. Por cierto, un consejo fundamental para los amantes de las fotografía: no hagáis como yo y os olvidéis de cargar la batería de la cámara. Todas las fotos están realizadas con el móvil, pero aún así creo que os hacéis una idea del paisaje.

Un nuevo comienzo

Dice Fito que todo empieza cerca del final. Y yo, que cambié el cielo de mi Madrid natal por Sol de la costa malagueña desbordante de ilusión creyendo empezar la vida que siempre había soñado, me encontré que alguien había añadido páginas de más a mi novela. Y como un Peter Pan que aterriza en Macondo, como un Sherlock Holmes perdido en la isla del tesoro, como un mosquetero en la corte del rey Arturo, así empecé mi aventura en Málaga. Olvidando mis sueños, cediendo mis principios y regalando mi ser. Y claro, terminé como el Principito, queriendo volver al asteroide B 612 con sus baobabs de calamares.

Pero decidí que Málaga se merecía otra oportunidad. O mejor dicho, que yo me merecía otra oportunidad. La oportunidad de buscar en mi interior y sentirme bien.  La oportunidad de levantarme y acostarme oyendo las olas del mar. La oportunidad de emprender nuevos retos.

Y de esto va este blog. Quiero compartir todas aquellas experiencias que, gracias a la vida, a sus finales, voy a tener la oportunidad de vivir en Málaga, y que quizás incluso los propios malagueños desconozcan. Nada de desafios extremos. Actividades al alcance de todos lo que quieran moverse y sentirse vivos en pueblos, playas, sendas, ríos y carreteras de Málaga. Y desde la perspectiva de un madrileño con ganas de disfrutar de la libertad, la felicidad y el amor.

Porque vivo en Málaga y hoy es un nuevo comienzo.