Y precisamente tuve esa misma sensación cuando contemplé por primera vez el Caminito el Rey, un tesoro malagueño resguardado en el desfiladero de los Gaitanes, cerca de un pequeño pueblo llamado El Chorro donde escaladores y hippies disfrutan a sus anchas del placido paso del río Guadalhorce entre gigantes rocosos de pared casi vertical que emergen como colmillos del agua.
No exagero ni un ápice si digo que se te hace un nudo en la garganta viendo semejante obra que, sin protecciones de ningún tipo, servía de recorrido a los obreros que trabajaron, de 1901 a 1905, en la modernización de dos saltos de agua. Se dice que, en 1921, el Rey Alfonso XIII recorrió ese camino para inaugurar la presa del Conde del Guadalhorce, y desde entonces se llama Caminito del Rey.
Claro que ya de real no tiene nada. Años y años a la intemperie lo han convertido en una verdadera trampa mortal que hoy sigue atrayendo a muchos turistas, hasta tal punto que la Junta de Andalucía tuvo que prohibir su acceso. Y aún así muchos atraviesan todavía las vías del tren, que se introduce en las tripas del desfiladero, para acceder al camino. Y yo me sigo imaginando a aquellos que lo recorrían diariamente a principios del siglo XX con menos cuidado pero sin tanta emoción. Gente extraordinaria que, ciertamente, no estaban tan lejos.
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