martes, 4 de diciembre de 2012

El Caminito del Rey

Muchas veces, solemos caer en el pensamiento de que lo extraordinario pasa en lugares lejanos, gracias a personas excepcionales que, gracias a su resolución, trajeron el progreso al mundo. Los egipcios y sus pirámides perfectas; los chinos y su Gran Muralla, o, recientemente Red Bull y su salto desde la estratosfera. O los rascacielos. Me encanta esa famosa foto de obreros sentados en una viga, impasibles al vertigo, en plena construcción del Rockefeller Center de Nueva York en los años 30. Obreros sin casco, sin protección y sin miedo, padres de familia, inmigrantes que estaban construyendo uno de los edificios más admirados del mundo arriesgando literalmente su vida. Viendo la fotografía de Charlie Clyde Ebbets, siento admiración e incredulidad y me viene a la cabeza la extraña idea de que, aunque el mundo se ha vuelto más seguro, no parece que sea menos complicado.


Y precisamente tuve esa misma sensación cuando contemplé por primera vez el Caminito el Rey, un tesoro malagueño resguardado en el desfiladero de los Gaitanes, cerca de un pequeño pueblo llamado El Chorro donde escaladores y hippies disfrutan a sus anchas del placido paso del río Guadalhorce entre gigantes rocosos de pared casi vertical que emergen como colmillos del agua.



Y en medio de aquel tajo de la naturaleza, un paso peatonal de madera de un metro de ancho cuelga de la montaña, serpenteando entre sus concavidades, a cien metros del suelo. El Caminito del Rey.


No exagero ni un ápice si digo que se te hace un nudo en la garganta viendo semejante obra que, sin protecciones de ningún tipo, servía de recorrido a los obreros que trabajaron, de 1901 a 1905, en la modernización de dos saltos de agua. Se dice que, en 1921, el Rey Alfonso XIII recorrió ese camino para inaugurar la presa del Conde del Guadalhorce, y desde entonces se llama Caminito del Rey.


Claro que ya de real no tiene nada. Años y años a la intemperie lo han convertido en una verdadera trampa mortal que hoy sigue atrayendo a muchos turistas, hasta tal punto que la Junta de Andalucía tuvo que prohibir su acceso. Y aún así muchos atraviesan todavía las vías del tren, que se introduce en las tripas del desfiladero, para acceder al camino. Y yo me sigo imaginando a aquellos que lo recorrían diariamente a principios del siglo XX con menos cuidado pero sin tanta emoción. Gente extraordinaria que, ciertamente, no estaban tan lejos.


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